Hay uno que sí es el Salvador del mundo
El Corredor del laberinto, la cura mortal (2018) es la tercera y última de una serie de películas basadas en el libro de James Dashner. Fue dirigida por Wess Ball, y para mí, el momento más importante de la historia acontece cuando uno de los compañeros le dice a Thomas el protagonista, empeñado en ir a liberar a sus amigos aún arriesgando su propia vida:
– “No puedes salvar al mundo entero”; a lo que él responde:
– “Ya lo sé, pero al menos lo intento”.
Aunque se trata solamente de una novela, el poder de la amistad siempre sale a relucir. Salvar a nuestros amigos es más que dar la vida por ellos, es estar al lado cuando lo necesitan, aunque no podamos hacer otra cosa. Es así porque el tiempo es lo más valioso que tenemos, y cuando lo “regalamos” a alguien, estamos demostrando que realmente le queremos.
De eso se trata la amistad, llamar o escribir sólo para saber cómo está la otra persona, no sólo cuando necesitamos algo. Aprender a mirar en los ojos de la persona que queremos para ayudarle a vencer el momento difícil que está pasando. Intentar llegar hasta lo profundo del corazón sin preocuparnos por las circunstancias, los problemas o incluso el comportamiento, sino aprender a ver lo que hay más allá. Debemos recordar que demostramos nuestro cariño perdonando a quién amamos, y de esa manera conseguimos salvarlo de la amargura de una mala decisión, tal como la Biblia nos enseña: “Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo” (Efesios 4:32 LBLA).
Pero como en muchas otras ocasiones, tenemos que dar un paso más adelante para pensar en lo que hay en nuestra mirada, porque hay uno que sí es el Salvador del mundo: cuando le miramos a Él comprendemos cual es nuestro destino. La Biblia nos enseña que cuando estemos cara a cara con el Señor Jesús, ¡llegamos a parecernos a Él!. Es impresionante que hasta los psiquiatras nos dicen que cuando dos personas se aman y viven durante muchos años juntos, acaban pareciéndose de tanto mirarse con cariño el uno al otro. Cuando ponemos nuestros ojos en el Señor en cada instante de nuestra vida, ¡terminamos pareciéndonos a Él!
Y por si fuera poco, cuando miramos a los ojos del Señor, llegamos al corazón de Dios. Si, ya sé que es imposible entender todo lo que Dios es y hace porque su sabiduría es infinita y eterna, pero podemos llegar a comprender su corazón cuando disfrutamos de su carácter y su amor por nosotros. Si vivimos de esa manera, el mundo estará siendo transformado porque aprendemos a ver todas las situaciones como Dios las ve, amamos como Dios ama, sentimos como Él siente… Así no sólo le conocemos mejor, sino que también como consecuencia, ayudamos a los demás.
Fuente: Protestante digital